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“Es más importante tener libertad que éxito”

Rubén Olmo

Después del estreno del programa del Ballet Nacional de España en el Festival de Jerez de marzo, el nuevo director y la compañía afrontan el reto de bailar en la era post coronavirus 

(Foto: James Rajotte)

Fuente:
BEATRIZ PORTINARI
https://www.aisge.es/ruben-olmo?fbclid=IwAR3RIN_euOe0itr4wY_YO-LYCo1nVCCakAimhkboHvx_3l6xx5p5q2SttW0

Suena la inconfundible gaita de Carlos Nuñez interpretando el Bolero de Ravel y en la imagen aparece una escena insólita: el bailarín y coreógrafo Rubén Olmo (Sevilla, 1980), director del Ballet Nacional de España desde 2019, baila solo en el patio de su casa, con la cámara y unas macetas como únicos testigos. Así arrancaba el reto #YoBailoEnCasa con motivo del Día Internacional de la Danza 2020, tan atípico y solitario, al que se sumaron los bailarines de su ballet, el elenco de la Compañía Nacional de Danza (con su director, Joaquín de Luz) y decenas de bailarines profesionales y no profesionales que bailaron y grabaron en sus casas la misma coreografía. 

   La pandemia por el covid-19 ha cambiado el mundo tal y como lo conocíamos, y cambiarán también las formas de ensayar, interpretar y asistir a los espectáculos de danza. “Los bailarines seguimos aquí y, aunque sabemos que vendrá una época difícil, ofrecimos nuestro arte al público a través de las redes sociales, sacando la historia del ballet español, compartiendo los archivos del Ballet Nacional, cursos maravillosos de nuestra maestra repetidora Maribel Gallardo… para hacer más llevadero el confinamiento”, enumera el director. Pocos meses después de su nombramiento ve cómo se han pospuesto los planes y proyectos con los que llegó. Pero Rubén Olmo, Premio Nacional de Danza 2015 y Premio de la Crítica del XXIII Festival de Jerez por su obra Horas contigo, no quiere dejar de contemplar el futuro con optimismo.  “Ensayaremos y bailaremos con mascarillas, si es necesario, pero la danza no se detendrá”. 

– ¿Qué recuerda de sus primeros pasos de baile y aquella infancia entre el barrio de las Tres Mil Viviendas y el Cerro del Águila?

– Recuerdo que lo que a mí me divertía era el baile, ya desde chico. Me gustaba más jugar a eso antes que al fútbol; también jugaba con amigos, pero me aburría rápido. Así que mi madre me apuntó a una academia de flamenco del barrio y una profesora me enseñó los primeros pasos de las sevillanas con dos años y medio, casi cuando uno empieza a caminar. Eso y las velás del barrio, ver bailar a otros niños y niñas, marcaron un poco lo que yo quería hacer. Me gustaba tanto la música y el baile que me pasaba el día viendo cintas de vídeo, dando atrás y adelante a las películas. Recuerdo que en Televisión Española echaron una película que me marcó muchísimo, Carmen, de Saura, con Cristina Hoyos, Pepa Flores, Paco de Lucía… y Antonio Gades. Fue ver a Gades, que no sabía ni quién era, y se convirtió en un referente.

– Empezó pronto, con nueve años, la carrera de Danza Española, que compatibilizó con la carrera de Danza Clásica y la Escuela Flamenca en Triana. ¿Cómo fue el salto del corazón bailaor de Sevilla a Madrid?

–Se dio de forma natural, casi sin darme cuenta. A los 16 años ya estaba trabajando en la compañía de Javier Barón, un bailaor de Sevilla, y llegó el verano y quise hacer los cursos que daban en Amor de Dios en Madrid. Le dije a mi madre: “Con el dinerito que he ganado con la compañía voy a estudiar dos meses con los maestros de Madrid”. Y aquí nos vinimos cinco amigos, entre ellos Sara Vega, compañera del Conservatorio y hermana de la actriz Paz Vega, que fue quien nos acogió en su casa.

– ¡Vaya! ¿Cómo fue esa experiencia?

– ¡Muy divertida! Paz nos atendió maravillosamente: nos ofreció su casa en Conde Duque mientras ella estaba grabando la serie Más que amigos. Y allí nos quedamos los cinco mientras estudiábamos en Amor de Dios. Pasados los dos meses volví a hablar con mi madre: “Mamá, prepárame dos o tres cajas de ropa y lo que veas que me puedes mandar, que quiero intentarlo aquí y me voy a quedar…”. Necesitaba aprender más de los grandes maestros de Madrid, aunque ella suspirase porque, sin darse cuenta, su hijo pequeño había volado del nido.

– En 1998 entró a trabajar en el cuerpo de baile del Ballet Nacional. ¿Ha cambiado mucho desde entonces?

– Con 18 años recién cumplidos empecé en este ballet y el regreso ha sido como volver a casa. Me he sentido muy acogido, tanto por Antonio Najarro, mi antecesor, a quien conozco desde aquella época y hemos compartido muchas giras, ensayos y horas de camerino, como por todo el equipo. Antonio ha hecho un gran trabajo en muchos aspectos y me ha transmitido su experiencia de ocho años, porque es el mismo ballet, pero cada director tiene su propia experiencia y todas las etapas son distintas. Los primeros directores, Antonio Gades, Ruiz Soler [Antonio El Bailarín], María de Ávila dejaron unos cimientos y aromas que no se pierden y siguen muy marcados. Y con ese pasado hay que repensar el ballet y mirar hacia el futuro, aunque ahora dé un poco de vértigo.

– Usted ya vivió una crisis importante a los 24 años. ¿Qué consejo daría, en tiempos de incertidumbre, al sector de la danza?

–No soy muy de dar consejos, pero puedo contar mi experiencia. Cuando me arruiné no fue por la última crisis económica. La crisis fue tener 23 años, muchas ganas de crear, de demostrar y de formar una compañía propia a lo grande: bailarines con su sueldo al mes y nóminas al día, un vestuario impresionante, los mejores compositores, grabaciones con la Orquesta Filarmónica de Praga… Montamos Belmonte y Pinocchio, pero aquello era demasiado grande para empezar. Y además tenía a mi lado a una persona que gestionaba toda la parte económica, mientras yo me dedicaba a bailar, sin mirar lo que firmaba. Me engañó. Lo perdí todo: mi casa, mi compañía, el vestuario…(Foto: Ana Plama)

– Y el maestro Gades le dio el consejo que marcó de nuevo su vida. 

– Efectivamente, me dio un bofetón de realismo. Un día nos encontramos y me preguntó qué tal me iba, porque no sabía que me había arruinado. Yo estaba muy mal de ánimo y me eché a llorar mientras le contaba lo que había pasado. Fue una de las pocas personas que no me cogió del hombro ni me dio un abrazo. Solo dijo: “Mira, no eres el único artista al que le ha pasado esto ni serás el último. A todos nos ha pasado alguna vez. Con 24 años y dos piernas fuertes, yo te aconsejo que dejes de llorar y te pongas a bailar, pero procura que esto no te pase con 40 o 50 años, porque es muy difícil remontar y nadie te va a ayudar”. Me quedé helado, pero a la media hora pensé: “Este hombre me ha dado las claves para salir”.

– ¿Y cómo se sale de esa situación?

– Regresando a mi cuidad con lo puesto y volviendo a empezar donde había empezado. Quería volver al tablao, volver a sentir el baile de verdad, la alegría de bailar, noche tras noche de cara al público en un tablao flamenco. Eso es la vocación, y si la pierdes, malo. Así que fui al tablao flamenco de Los Gallos y dije: “Quiero trabajar”. “Vale, pues empiezas mañana”. Y allí bailaba todas las noches hasta las dos de la mañana. Al mismo tiempo me llamaron del Centro Andaluz de Danza para impartir clases por las mañanas. Poquito a poco fui remontando hasta que al año siguiente gané el Giraldillo en la Bienal de Sevilla con Tranquilo alboroto y pude volver a formar mi propia compañía.

– ¿Cómo se pasa de esa cuna flamenca a bailar un cuento de terror de Edgar Allan Poe y ganar el Premio Nacional de Danza?

– En la habitación de mi hermano, de pequeños, siempre vi ilustraciones de Edgar Allan Poe, en concreto del cuervo. Y de ese recuerdo llegué a la reflexión de que nunca se había tratado esa faceta del ‘flamenco terrorífico’, no se había visto tampoco en flamenco contemporáneo: sacar a relucir un personaje misterioso, casi de terror. Hice una investigación sobre las últimas horas de Poe antes de morir. Pero mi coreografía tendría el poema de cuervo como corazón y también tenía que convertir en danza la esquizofrenia, una persona adicta a las drogas, alcoholizado, muy complicado: yo solo en el escenario, una hora y 20 minutos. ¡Era una reflexión preciosa pero perdía dos kilos en cada función! Soy una persona peculiar, con un físico y una sensibilidad peculiares, así que no todo tipo de personajes encajan conmigo. Pero uno, poco a poco, va encontrando ese tipo de personajes que suponen un desafío. Me gusta investigar, dar libertad también a otros para poder crear lo que les viene a la cabeza. Creo que fluye así mejor el arte. Todos tenemos el derecho al éxito o al fracaso, que no sea una obra con la acogida esperada. Pero tener esa libertad es clave. Es mucho más importante tener libertad que tener éxito.

– ¿Cuáles son las líneas maestras de su proyecto para el Ballet?

– Yo quería proponer un equilibrio donde los bailarines no sean unos clones, sino que tengan su propia personalidad y coexistan especialistas en folclore, en escuela bolera… Podemos equilibrar a la gente que encaja mejor en un estilo u otro, con diferentes primeros bailarines y diferentes solistas. El primer estreno fue Invocación Bolera, una pieza de escuela bolera para el Ballet Nacional; después Jauleña, que era un solo mío, entre Invocación Bolera Eterna Iberia, que fue el último ballet de Najarro, que tuvo poco tiempo porque coincidió con su etapa final y he querido recuperar en el programa. Y De lo flamenco es un homenaje a Mario Maya. El Ballet Nacional no tenía nada del maestro en su repertorio, así que ya era hora.

– Después del éxito de crítica y púbico en el Festival de Jerez con ese programa, llegó el cerrojazo.

– La verdad es que ha sido extraño. Casi podría decirse que fue de las últimas veces que nos subimos al escenario, porque cerrábamos Jerez el 7 de marzo. Imagínese: todo el mundo con el subidón del estreno, contentos por el éxito y la buena acogida que tuvo, regresamos a Madrid… y a los siete días tengo que mandar a todo el mundo a casa. Ha sido un poco duro. 

– ¿Y cómo será volver a la sala de ensayo, sin tocarse, cuando se pueda regresar?

–Aunque las aulas son grandes en las instalaciones del Ballet tendremos que implantar muchas medidas de seguridad e higiene para trabajar. Es que no se puede “no tocar”; el trabajo de los bailarines requiere mucho contacto físico. Son 50 personas bailando, donde la temperatura sube y a los 10 minutos están sudando, compartiendo barras de ballet. Es inevitable tener un contacto… Cada hora se tendrán que ir al vestuario a cambiar de ropa. Esas son medidas que nos llegarán del Inaem, también a la Compañía Nacional de Danza y la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Ensayaremos y bailaremos con mascarillas, si es necesario, pero la danza no se detendrá. El Ballet Nacional de España, por supuesto, volverá a abrir porque es donde debe estar el corazón de la danza española, y seguirá siendo punto de encuentro con el público cuando todo esto pase.

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