Gerardo Atienza del Omo
EL MAESTRO GERARDO DE ATIENZA
M. M., un amigo que conoció en lo verdadero al profesor de ballet y maestro de muchas otras cosas, don Gerardo de Atienza del Olmo, tuvo para él, al cumplirse el primer aniversario de su muerte, un emocionado recuerdo, en una de las páginas de este mismo periódico.
El gran bailarín, bohemio y romántico, nacido en Valladolid, paseador por el mundo de las más exquisitas danzas y venido a Canarias para casarse, hacer amistad, seguir soñando y morir, había perdido sus dos piernas —aquellas de sus ingrávidos ritmos y pasos—, y, como pájaro que pierde sus alas, se resignó a no vivir. En brazos amorosos y amigos, uno de los primeros días del año —^recordamos que era lluvioso y que las nubes estaban enlutadas y las flores ateridas—, expiraba nuestro amigo, y era llorado, y dejado horas después, una tarde, casi noche ya, en la soledad de su nicho, en el palco de su descanso, tierra, y no vuelo, ya, en tanto las estrellas abrían sus capullos de luz y regresábamos a la noche del mundo.
Dios, por fin, estaba con él; habíale hecho suyo..
La danza había terminado. El barro de su apolíneo pecho se había doblegado, como alta y grácil palmera. Y había cesado de latir aquel ingenuo y gran corazón.
El arte, el más hermoso arte —^la danza, quizá—, perdía a uno de sus elegidos y nosotros a un hombre, a un amigo, de los más puros y buenos. Gerardo de Atienza, panal de fantasía, fuente de nobleza, bailarín y caballero español, grancanario por su arribada, nuevo Ulises, a la isla. Bailarín, sí, de las más tenues y angélicas nubes y de los más encantados y mágicos lagos,
tendido en la isla para dormir, cansado de volar, el sueño inacabable.